En medio de la conmoción de un mal viernes, y a la expectativa de quién podría ser el número ícono de belleza mundial del próximo año –la verdad no me importaba mucho porque sigo creyendo que Scarlet Johansson es insuperable- recibí una llamada a las 11 de la noche, en medio de un momento no tan confortable, que tuvo a bien ponerme a recordar un par de cosas. Mientras me encontraba tratando de convencer al diablo que el diablo es menos malo que el diablo, ustedes entienden, sonó apurado mi teléfono. Con la expectativa de que no fuera otra llamada de borracho (uno no sabe lo que puede recibir a las 11 de la noche), de un número desconocido reconocí una voz familiar…
Un espacio público de una vida privada