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Lecciones de la embajada

Y se encuentra siempre sentado ahí. No importa que caiga nieve, que la lluvia lo empape o que el calor lo sofoque, se mantiene en su rutina de todos los días con su camisa sucia, sus pantalones rotos y su sonrisa de oropel, desgastado por el tiempo. No tiene más esperanza que la que le otorga su propio deseo y que le hace levantarse un poco, arreglarse lo necesario y, si es un día lo suficientemente especial, hacer un poco de ejercicio para vencer a las piernas entumidas.
No es que lo conozca de hace tiempo, pero la rutina nos hizo coincidir en un espacio en donde los mundos ajetreados y parsimoniosos se encuentran para darle contrastes a la vida. Siempre estaba ahí, con sus ojos hundidos, mirando. Hoy me detuve a preguntar (levantarse temprano siempre te permite darte pequeñas libertades) y el tener la respuesta me dejó con más dudas que las que pude haber pensado mientras lo miraba al pasar por ahí todos los días. La respuesta fue simple “estoy esperando”, “¿qué esperas?” –Pregunté intrigado- “la oportunidad de cruzar”.
No obtuve más respuestas y además creo que perdí un dólar. Sin embargo, ahora que termina la jornada me sigo preguntado, ¿cuánto tiempo voy a esperar yo para cruzar?

Comentarios

  1. no estoy muy segura a qué se refirió con cruzar, pero los límites están presentes -en todo, en muxos sentidos- y asi como es certero dar el paso que nos mueve de un lado al otro de alguna manera, está por demás dedicar tiempo para asegurarse de ello. Por lo menos cuando es un cambio positivo.

    En tal caso, creo que todo el tiempo estás cruzando.

    Abrazos fuertes :)

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