Sería prudente no enamorarse de las mujeres rusas, decía la tentadora provocación de esta mañana...
Prudente también sería no haber vivido. Prudente sería no haber sentido ese fuego en sus ojos, prudente no entender la vida en un segundo de sus labios, prudente no extraviarse en su intensidad irresistiblemente irresponsable. Prudente no sentirla, no olerla, y no haber experimentado ni un momento de su éxtasis. Definitivamente hubiera sido prudente no fiarse de nadie con esas piernas, nunca creer en la brujería que encierra su mirada, ni encontrar fuentes en cada espacio de su ser. Prudente sería entonces negar el milagro de respirar, la magia que ella puede provocar al sentir, la furia con la que puede explotar. Negar la dicha de su imprudencia es negarse a la experiencia de estar vivo, de entender el universo en lo profundo de su alma y no sentirse miserable bajo la tristeza de su llanto. Una experiencia totalmente imprudente que recomiendo para entender de lo que trata la vida.
Y si, las series son sabiduría.
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