Pidiendo una disculpa por el pequeño hoyo en el que me sumergí a bucear las últimas… tres semanas –lo que me pudo llevar a una de mis etapas de mayor estupidez, quiero retomar mis posts de cosas interesantes sin el menor sentido de importancia a las que dedicaba reflexiones en este blog. Y para volver a tan sobresaliente actividad –creo realmente que algunos no eran tan malos-, quiero cuestionarme sobre la naturaleza del altruismo en las personas.
Parece una incógnita totalmente irrelevante el hecho de cuestionar a alguien, como la madre Teresa, que haya dedicado su vida a cuidar de niños desamparados con lepra en Calcuta, pero lo creo importante en la medida en que quiero sacar algunas cosas de mi cabeza. Entonces, para seguir con las preguntas que no tienen un sentido práctico en la existencia del ser, ¿qué nos lleva a ser altruistas?
No pretendo violar las leyes de Durkheim para demostrar nada, porque finalmente no tengo mayor pretensión en ello. Sin embargo, quiero responder con la categórica afirmación de que el altruismo no existe. Para este momento alguien cuestionará mi percepción sobre el bien y el mal, algo totalmente válido y demasiado profundo para explorarlo en una pequeña entrada (¡que divertidas son las traducciones de las cosas!); pero dejando mi perversión a un lado, algo que resulta complicado después de las doce, pienso que la naturaleza del altruismo es una magnificación del egoísmo que nos acompaña a todas partes.
No pienso utilizar ejemplos históricos que lo prueben, pero quiero ser más claro en mi propuesta: el altruismo es una perversión de la naturaleza humana. Pensar en regalar ropa a los pobres puede llevarnos a creer que somos la máxima representación de la bondad sobre la tierra; algo que finalmente encarna perfectamente mi punto, sobre todo cuando pensamos que es ropa que ya no usamos y que puede traernos beneficios más allá de la satisfacción por ayudar (pensando en las implicaciones utilitarias de tremenda acción).
Más aún, vivimos dentro de las limitaciones sociales en las que crecimos, pero actuamos siempre para nosotros mismos dentro de estas limitaciones. El ayudar es entonces una acción que es resultado de algunas de estas limitaciones (sociedad, familia, religión, creencias), magnificadas por la glorificación moderna de la figura de la bondad.
Podría entenderse entonces al altruismo como la mayor enfermedad mental que haya experimentado la humanidad; sobre todo cuando nos dedicamos a propagarla por todos los medios (conste que el SIDA es menos peligroso puesto que se transmite sólo por medio de fluidos). La bondad es un valor socialmente recompensado que nos lleva a engrandecer figuras tan buenas que los hotcakes de la tía Ema se morirían de envidia. Y quiero pensar que la naturaleza nos ha llevado a compartir estos conceptos fuera de mi etnocentrismo occidental (aunque alguien podría desmentirme en cualquier momento).
Podría entonces preguntar, ¿por qué seguimos enfermos?
Comentarios
Publicar un comentario