Aún recuerdo perfectamente la primera vez que te vi. Saliste disparada como cohete. Saliste corriendo de una habitación que pronto harías tuya a fuerza de armarios y fotografías, conquistabas con la simpatía de quién no quiere conquistar. Yo pensé que eras alguien más, tan solo eras tú misma.
No entendía muchas cosas de ti no por un asunto de lenguaje, también por una forma de vivir. Una bola de pelos mal pintados tan desordenada no tenía pies ni cabeza. No tenía sentido, no había más que hacer.
Sin embargo, verte crecer ha sido fantástico! Hoy te acercas más a la esencia de ti misma con menos elementos de afuera. Has sido la pequeña gota de luz de un mundo que a veces desaparece entre la niebla y la nieve.
Cuándo cambiaste? Aún no lo tengo claro. Tal vez fue la primera vez que volviste de casa o cuando tomaste la decisión de no volver, pero cambiaste. Dejaste la ilusión por la madurez y esa inocencia se convirtió en un rasgo que asusta por la mal entendida astucia que escondes detrás.
Te he visto ir a dormir y despertar siendo igualmente espléndida, aún no sé cómo haces ambas a la vez. Y en el mismo día!!!
Hoy somos familia. De esa que vas encontrando en el camino y que tienen tantas coincidencias que asusta lo suficiente para hacerse un examen de sangre y verificar dos veces.
Hoy sigo sorprendido de alguien que todos los días se atreve a brillar con luz propia.
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