Encontrarle significado a una de las costumbres más constantes que forman parte de la débil estructura que sostiene mi vida, tiene mas sentido cuando te alejas un poco a causa de una muy extraña enfermedad. Terminar un año es tan importante como cumplir uno más, o como recordar que al mundo llegó una maravillosa flor en alguna época del año.
Mi intento fallido de brindis, que trataré de desahogar en este lugar, versaba acerca del exceso de esperanza que ponemos en las posibilidades de cambio que le damos a cualquier fecha importante.
Jamás me he quejado de la buenaventura de las fechas. Pero creo que ser honestos a lo largo del año dejaría muchas mas satisfacciones que la desventurada sensación de buena voluntad, que nos deshumaniza para volvernos idiotas duendes del consumo o pequeños mensajeros de la paz y felicidad decembrina (en ambos casos con resultados absolutamente desastrosos y una cruda moral insoportable).
No hay motivo real para creer que los últimos ocho días del año nos van a hacer mejores personas que el resto de los trescientos cincuenta y seis de indecisión, angustia y frivolidad (el día extra depende de como nos portamos durante el año bisiesto). Incluso, tampoco hay motivos para pensar en la redención decembrina sin el dinero suficiente para pagar la expiación mediante los regalos bajo el árbol, mayor problema si no se cuenta con un árbol (irresoluble para el resto de los grupos que no consideran al árbol como una parte importante del ritual).
Sin embargo, no tengo motivos para perder la esperanza (porque después de todo es lo último que puedo perder). Desear entonces un poco de entusiasmo, pasión y humildad, creo que sería un poco mas importante que pensar en la redención eterna resultado de la estrella de Belem. Volver a creer en la locura del amor; desear que no haya menos que lo mejor en la vida de quienes han compartido algo conmigo; romper con mis prejuicios; y aprender a vivir con nuestros fantasmas seria más enriquecedor que buscar la paz en los hombres de buena voluntad. Porque la paz es el periodo de preparación entre las guerras y porque la buena voluntad es tan poco común como las ballenas azules (y también en peligro de extinción).
Habiendo despertado a las diez del nuevo año (con una insolente deshidratación resultado de la fiebre) no hubo mas que seguir el solemne ritual: tomar las doce uvas que fueron guardadas ex profeso (sumergidas en un buen vino de durazno) y pensar cada una de las doce cosas que pretendo mejorar en este año (evitando el deshonesto ejercicio de creer).
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AMÉN. A pesar de ello, creo que encontré la alternativa para los que no creen en el árbol como parte del ritual, alrededor del nacimientos que casi siempre hay en cada casa. Desde el principio del mes de diciembre percibí que este no era un fin de año convencional; estuvo lleno de reflexiones, y vacío de los antiguos rituales. Este hogar nunca pintó sus paredes con los alegres colores de las lucecitas, y este individuo decidió no ser parte de la comedera de uvas (eso y que gracias al "inteligente" que creía que en la tele podría escuchar campanadas, todos en el lugar de reunión se las tuvieron que imaginar). Es excelente encontrar (y descubrir que estaban más cerca de lo que pensaba) a todos aquellos que no se dejan llevar, como tú lo haces notar, por la redención de comprar un presente y pretender olvidar con eso los 356 disgustos, las 356 envidias y las 356 malas contestaciones. Creo que sólo es la fecha representativa, ya que a través del año completo estamos en una constante toma de decisiones que cambian el rumbo de nuestras existencia, motivados siempre por nuestro deseo de avanzar, así que tal vez, en el fondo, es un día como los demás.
ResponderEliminarBueno joven y cómo no va a ser representativa esta fecha para tí... felicidades por el chamaco!!!! espero que te haya salido bien. Aquí estamos apuntados pa los que siguen... Cuidese y abrazo navideño
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