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Nadie es indispensable

El último debate conmigo ha sido reafirmar esta forma de entender las cosas. Si la vida se mueve por incentivos (positivos o negativos), pensar en el indispensable nos hablaría de una economía donde los recursos son ilimitados. Algo que, por lo menos en este mundo, no existe.

El indispensable, muy dificil de pensar dentro de mi esquema de pensamiento, tendría que ser aquel sin el cual no se pueden hacer las cosas. El indispensable vive en un esquema en donde nada se acaba, trabaja en un horizonte donde no hay más que la vida y en donde las noches son la simple extensión de una eterna actividad sin luz. El indispensable no tiene miedos, no tiene tiempo y no tiene dudas. Vive en las tardes pensando en cómo construir las noches y se repliega en los ocasos para volverse la opaca figura de cualquier despertar cotidiano.

El indispensable no es humano. El indispensable no lo es por si mismo, sino por una construcción de los miedos de los demás. No se construye indispensable a través de la acumulación infinita de las pústulas de ego que van minando su ser. No es un ser brillante y iluminoso en su andar, que tiene siempre los zapatos lustrados. El indispensable no es quien se sabe indispensable, ese es tan solo un idiota. Indispensable se convierte lo que carga en su espalda, lo que se prende a cada paso y en cada movimiento, cada respuesta a cada situación lo convierten en un desagradable indispensable.

Así, este ser humano indispensable se acaba consumiendo en las tinieblas de sus pensamientos porque no se concibe a si mismo como lo que ve de si mismo en los demás. El indispensable se arroja al vacío de remordimiento de saber que dejó de ser y se volvió indispensable...

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