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No se puede escribir con hambre

Siempre he tenido un problema a la hora de cenar: a esa hora quiero escribir. Si puedo salir de la abstracción de mi idílico mundo y me esfuerzo por ver más allá de lo que mis narices dibujan en un blog, entonces creo que es un problema general que deberíamos entender mejor en este mundo.

En una charla de sobremesa hablabamos sobre los alcances de la libertad en un mundo en el que la libertad sólo está definida en términos de las decisiones de consumo de los individuos. No obstante, creo que hubiera sido imposible pensar en la primera idea que desató la conversación con el estómago vacío.

Entonces, no es que no pueda escribir en las noches después de llegar a mi casa. Es que mi cuerpo pide otra cosa. Yo, desde la comodidad de un refrigerador lleno (o con mala suerte, uno que se me olvidó llenar), puedo cubrir esa necesidad en unos cuentos pasos y con un esfuerzo que parece mínimo comparado con el  reto. No obstante, creo que la vida de muchas personas en este país no es así.

¿Cómo generar ideas cuando el único sentimiento en el cuerpo es de vacío, de debilidad o desanimo? ¿Cómo no preocuparse por el hambre cuando el cuerpo busca primero comer que pensar? ¿Cuántas decisiones en nuestra vida han sido tomadas por hambre? ¿Cuántas de esas fueron decisiones erroneas?

No importa el número de tonterías que escriba en este blog, mi problema se resuelve, en el peor de los casos, pidiendo que mi vecina me regale un poco de pan y una rebanada de queso, ¿y qué pasa con quien no puede resolverlo?

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