Esta noche me he sentado con la muerte, no recuerdo la hora ni el lugar, debió de ser demasiado oscuro debido a que no le pude ver la cara, debió de ser a una hora inapropiada porque me robaba mis pensamientos. En ese instante, en un lugar y momento que no recuerdo, me senté con la muerte para hacer cuentas sobre la vida… algo que nunca ha tenido.
Comenzamos a saldar cuentas, una a una se fueron pagando con las cosas buenas o malas que había hecho en mi vida, las palabras buenas pagaron todas las memorias malas, todas las buenas acciones cubrieron, casi automáticamente todas las malas, y de esta manera quedé tranquilo con la muerte sin deberes y sin haberes y con la profunda tranquilidad de saberme en paz…
En ese instante salió la última deuda, tú. Entonces no tenía nada más con qué pagar, las buenas acciones y las buenas palabras corrigieron todos mis errores, o por lo menos saldaron mis deudas, entonces la muerte viendo la ventaja que tenía sobre mi situación quiso cobrarme la deuda más grande que podía cobrar en la vida, el cariño de una mujer.
Comencé a deshacerme de mis bienes para tratar de subsanar los males, traté de olvidarme de pagar con lo terrenal y aún así la deuda seguía siendo grande, porque eres más grande que lo eterno. Entonces encontré el pago… el pago era mi vida. Todo el trabajo nunca iba a pagar el cariño, entendí que todo el dinero sólo iba a quedarse con los bienes y que necesitaba de lo etéreo para pagar la deuda.
Entonces la muerte se refirió a mi preguntando si estaba seguro cuánto iba a pagar, algo que ella nunca tuvo y que ahora se mostraba como lo más valioso que pudiera ella adquirir. Contesté seguro afirmando mi respuesta y confirmando la despedida de mi vida, y antes de llevársela me preguntó por qué lo hacía. Contesté tranquilamente, tú quieres todo lo que nunca has tenido, pues yo pago lo que nunca he tenido con lo que tú quieres, te doy mi vida si puedes prometerme sólo una cosa que antes de llevarte mi vida, podré verla feliz.
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