Sabes hoy aprendí algo muy valioso... creo que hoy más que nunca aprendí a extrañarte. Para ser sincero eso de extrañarte, por lo menos algo de ti, no era nuevo en estas vacaciones, pero también en este ataque de sinceridad sería justo que dijera que podía controlarlo. Pensar en ti tal vez sea tan frecuente como respirar; pero en las vacaciones, sobre todo en la alberca, te das cuenta que aguantar la respiración bajo el agua también te ayuda a relajarte.
Sin embargo, hoy fue distinto. No hice nada más que cumplir una promesa y atreverme a hacer otras cosas. Francamente en la mañana me parecía un día ocupado e interesante. Iba a salir, a tomar un café y tal vez otro por la tarde, charlar un rato y después volver a casa para descansar. No había más en el horizonte que dos personas y tal vez dos conversaciones interesantes -siempre he pensado que tienes que conocer a las personas.
Pero hoy no fue el cambio de lugar ni la espera. Algo faltaba en el cuadro. Algo que me hizo sentir ansioso y malhumorado, que me hizo desesperarme muy rápido. Y es que el día se había vuelto simple. Estábamos caminando sin rumbo y no sentía esa seguridad que me encanta experimentar cuando falta un largo camino para tu casa y tenemos mucho que platicar. No hubo lluvia y si la hubiera habido no habría magia. La conversación se evaporaba al igual que el agua del parque y escaseaba tanto como mi paciencia.
No es que haya sido un mal día, pero creo que comencé a extrañarte en serio. No tiene que ser espectacular, pero tiene que ser especial. Extrañarte y respirar se volvieron involuntarios. Tal vez tendría que encontrar una alberca y aguantar la respiración... porque lo intento en el aire y estás ahí.
Extrañaba tanto no extrañar. Recuerdo que fue un día muy raro. El quinto
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